"Yo no pretendo enseñarte lo que es el mundo me falta también, pero vale la pena disfrutar cada día con mas Flow. Di lo que sientas, has lo que piensas, da lo que tengas y no te arrepientas. Serás del tamaño de tus pensamientos, no te permitas fracasar y sino llega lo que esperabas no te conformes jamás te detengas... No te límites por lo que digan, sé lo que quieras, pero sé tu mismo, y ante todas las cosas nunca te olvides de Dios".

sábado, 31 de diciembre de 2011

Mirar el mundo con benevolencia

La palabra benevolencia proviene del latín bene volens, que designa el hecho de querer hacer el bien. Se origina a partir del modo en que miramos el mundo y a los demás. Esta mirada puede ser negativa o indiferente, pero también puede ser positiva: Una mirada acogedora hacia el otro, basada en un proceso psíquico activo con el que buscamos, en primer lugar, los lados buenos de las personas; o las causas de sus comportamientos, si lo primero nos plantea algún problema. En la benevolencia influyen, sin duda, nuestros otros estados de ánimo: Si nos va mal, si nos sentimos fracasados y tristes tenderemos seguramente a sentir desconfianza, a ver malevolencia y, antes que nada, al lado negativo de hecho o en potencia de nuestros interlocutores. Por el contrario, si nuestros estados de ánimo son positivos y optimistas nos facilitarán una mirada benevolente sobre el mundo: Es el mecanismo de proyección descrito por los psicoanalistas, que nos recuerda que nuestra visión  del mundo depende tanto de nuestros sentidos internos como del mundo exterior. Así pues, la felicidad facilita la benevolencia, pero esta relación también es efectiva en el otro sentido: La benevolencia favorece tanto a nuestro espíritu como a nuestro cuerpo. Hace mucho que los cardiólogos demostraron que las emociones hostiles (Juzgar a los demás siempre negativamente y cultivar el resentimiento o la irritación hacia ellos) eran perjudiciales para el corazón: Cuanto más en discordia está una persona  con sus semejantes, más daño hace a sus coronarias, además de hacérselo a quienes rechaza o agrede. Y al contrario, las investigaciones recientes de la psicología positiva  demuestran que cuanto más practiquen las personas la benevolencia, más probabilidades tendrán de sentirse feliz y también de fortalecer su sistema inmunitario y su salud en general.


Esta claro que los malhumorados o cascarrabias se opondrán con diversos argumentos a estas investigaciones. El argumento más usado es el del realismo. “No soy negativo, simplemente veo el mundo como es”. Pero esto no es cierto, ven el mundo como lo sienten, y dado que a menudo albergan estados de ánimo negativos, se centran en los aspectos oscuros o defectuosos del mundo y de las personas. Esos aspectos existen, sin duda, pero afortunadamente hay otros mas valiosos.
Un segundo argumento es el de la ingenuidad:”La vida es una jungla y no te regalan nada”. Ciertamente, la benevolencia no debe transformarse en ceguera, pero tampoco desembocar en pasividad, no nos impide reaccionar. Esto quiere decir que la benevolencia nos ayudará a cambiar los comportamientos en lugar de hacer daño a las personas.
Aunque nuestra benevolencia esté transitoriamente adormecida, porque así lo requiera la situación, la visión del mundo asociada a este sentimiento permanecerá y guiará nuestras acciones. Seguiremos pensando que en  toda persona hay cosas buenas. Persistirá el deseo de amar y ser amado, de ayudar y recibir ayuda. Mostrarse benevolente es permitir que esas dimensiones emerjan y se expresen en los demás. Es estar convencido de que todo el mundo puede cambiar, y de que ese cambio se obtendrá mejor con la confianza puesta en la bondad de cada persona. Ese poder de la benevolencia ya fue descrito por Gandhi. “La no violencia, en su forma activa, consiste en una benevolencia hacia todo lo que existe. Es el amor puro”. Y Gandhi demostró que la no violencia y la benevolencia pueden provocar grandes cambios. 


Hay que resaltar que la benevolencia no es solo un ideal, también en una práctica cotidiana. Como señalaba en su Diario el escritor francés Jules Renard, “se puede ser  benevolente con la humanidad en general, y terrible con cada individuo”. Dicho de otra forma, hay quién toma la benevolencia como una regla, pero multiplica las excepciones: ¿”Ser benevolente? De acuerdo,  pero no con aquellos que me irritan, que no piensan como yo, que no se parecen a mí, que me han trato mal en el pasado…” La benevolencia no debe o al menos no demasiado tener condicionantes: Querer solo a los demás solo si se comportan bien, si nos hacen el bien, sería demasiado fácil!! 
Intentemos ser benevolentes no porque nuestros interlocutores sean buenos o perfectos, sino justamente porque no lo son, o no siempre. ¿No es fácil? Evidentemente, puesto que tarde que temprano, los demás van a decepcionarnos. Y nosotros a ellos. Así  que, ¿Por qué no tratar de ser benevolentes? No todo el tiempo, sino de vez en cuando. ¿Y si observamos el efecto que esto produce en nosotros y en los demás?. ¿Empezamos ahora mismo? .

jueves, 22 de diciembre de 2011

Desintoxicación Emocional

Entre nuestro cuerpo físico y nuestra mente, conectándolos  y envolviéndolos. Se encuentra el territorio misterioso de las emociones. Las emociones se expresan a través de nuestro cuerpo, de nuestros gestos de nuestras miradas, de nuestras lágrimas o palabras; también están conectadas con la mente, con  nuestros pensamientos, nuestra concepción del mundo y de las personas.
Somos  burbujas de energía vital en un movimiento constante de contracción y expansión de carga y descarga. La energía penetra en nuestro organismo a través del aire, del agua y de los alimentos. Y cuando asimilamos los nutrientes y el oxígeno, expulsamos todo aquello que no necesitamos o que nuestro cuerpo no puede asimilar. Esa función de eliminación de sustancias sobrantes o perjudiciales es fundamental para la salud. Nos alimentamos gracias a los nutrientes que extraemos de los alimentos, del aire y del agua, así como de ideas y pensamientos que entran en nuestro cerebro. Pero también nos alimentamos de sentimientos, de sensaciones, de corazonadas, de  inquietudes y estremecimientos… En definitiva, de emociones que entran, dejan huella y deben ser descargadas.

Concebida desde una perspectiva holística, la salud consistiría en armonizar estos tres aspectos: El físico, el mental y el emocional. Y así, de la misma forma que ciertas sustancias contenidas en el aire que respiramos, una  vez que cumplen su trabajo oxigenando las células, deben expulsarse, las ideas deben comunicarse; los sentimientos, compartirse, y las emociones, expresarse. Pero todos estos procesos vitales no se producen por separado.
Cuerpo, mente, corazón y espíritu forman un todo y funcionan entrelazados, de modo que nuestro estado de ánimo influye sobre nuestra dieta, el ejercicio o el reposo afectan a nuestras ideas, los sentimientos positivos o negativos influyen y determinan nuestra salud. El organismo funciona como una unidad compleja, de modo que un golpe o una herida no solo nos produce  dolor físico sino también sufrimiento, angustia y temor. Y un proceso traumático agudo, como la muerte de un ser querido, puede desatar graves problemas de salud físicos.  Sin embargo, estos procesos también funcionan  en sentido positivo. El filósofo griego Heráclito calificaba de “acciones sagradas” a la risa, al bostezo y al estornudo, todas ellas descargas vitales. Junto con el llanto, el jadeo, el temblor, los gritos o los estiramientos, son procesos curativos: El  bostezo equilibra la relación oxígeno- dióxido de carbono en la sangre y elimina tensiones físicas  y psíquicas; el suspiro estimula la respiración e impulsa el flujo sanguíneo hacia el corazón; estornudar o toser limpia las vías respiratorias; la risa es tonificante, relajante y da elasticidad al diafragma si se halla bloqueado por tensiones; llorar, cantar, gritar, soplar, silbar… Son formas de entrenamiento respiratorio que relajan y producen elasticidad.

Desgraciadamente, vivimos en una sociedad que favorece la carga y ofrece pocas ocasiones para la descarga. Las sociedades consumistas representan un estímulo psícoemocional y físico constante en el que parece que no hay lugar para el descanso, la descarga, la relajación y la expresión adecuada de emociones. Esta situación hace  que la  burbuja que somos esté siempre en permanente tensión, lo que favorece la multiplicación de problemas de salud física, psíquica y emocional. El higienismo nos aporta claves interesantes para comprender los mecanismos  de autocuración y limpieza que actúan en el plano físico, mental y emocional: Consumir alimentos sanos  y naturales, respirar aire puro y combinar adecuadamente ejercicio y reposo. Es muy importante que busquemos espacios para aplicarlas también  en el terreno de las emociones y los pensamientos.
El mecanismo vital de nuestra respiración es un buen punto de partida para iniciar nuestra higiene emocional: Observar nuestra forma de respirar  y hacernos conscientes  de los patrones que hemos automatizado y que pueden alterarla o bloquearla. Una forma de entrenar una respiración saludable es dedicar un tiempo a  realizar lentamente las cuatro fases del acto respiratorio: Inspirar profundamente, retener  el aire para que se movilicen los alvéolos pulmonares y se estimule la circulación, espirar vaciando los pulmones, y hacer una pausa antes de la inspiración siguiente. Cuanto más ralenticemos estas fases, más profunda y completa será la respiración.

Potenciar la carga positiva es el primer paso para reducir la entrada de tóxicos. Podemos conseguirlo con actividades sencillas: Contemplar paisajes que nos trasmiten paz, calma o relajación; o que nos estimulen y nos ayuden a explorar una gama más extensa y sutil de emociones; leer escritos positivos, escuchar piezas musicales armoniosas y bellas, contemplar imágenes  artísticas que transmitan armonía  y serenidad; visionar documentales o películas optimistas…. Aprendiendo nuestras reacciones y explorando territorios desconocidos contrarrestaremos la carga negativa que nos invade a diario
 Permitir y facilitar la descarga es la actitud correcta ante la necesidad que el organismo tiene de exteriorizar, expulsar, expresar. Si bloqueamos o entorpecemos estos desahogos, solo conseguiremos acumular los tóxicos con las inevitables consecuencias perjudiciales para la salud. Lo mismo sucede cuando nos obligamos a tranquilizarnos o nos piden que no gritemos, incluso si lo hacen con amabilidad. Los tóxicos acumulados terminaran desencadenando una crisis de limpieza cuando el organismo no puede contenerlos por más tiempo. En el plano físico, esa crisis puede consistir en vómitos, diarreas y gripe, o cualquiera de las llamadas “enfermedades agudas”  desde la óptica medica. En el plano emocional serán berrinches, gritos, llantos, ataques de risa. Si reprimimos estas crisis, transformaremos problemas agudos o puntuales en problemas crónicos, forzaremos al organismo a aceptar un estado permanente de desequilibrio, contención, descontento o angustia.
Escuchar  puede ayudar a otros a descargar emociones. Desde que nacemos, nuestro entorno parece pensado para bloquear nuestras expresiones espontáneas y, posteriormente, reproducimos ese comportamiento con nuestros hijos. Si en lugar de relacionarnos con los niños con frases hechas que buscan nuestra comodidad  “no llores, no grites, no te muevas…”, hacemos un esfuerzo sincero y positivo por escuchar tanto sus inquietudes, dudas, proyectos y necesidades, como sus enfados, criticas, berrinches y pataletas…, contribuiremos al desarrollo de su salud  psíquica y emocional, y les ayudaremos a ser personas más equilibradas y libres, capaces de expresarse, más maduras y, en definitiva, más sanas.

El arte de escuchar supone aprender a estar juntos a otra persona. Niño – adulto y hacer que se sienta apoyada sin juicios, escuchada sin análisis ni interpretaciones. También  es recibir los gritos, el enfado, la frustración, sin acallarla, atendiendo con respeto, ofreciendo confianza sin tratar de calmar, sin dar consejos, sin empeñarnos en resolver el problema; abrazándola o tomándola de la mano, si eso la ayuda a confiar en nosotros y a expresarse libremente.
Escribir es una forma muy especial de expresar emociones. De hecho, esa ha sido siempre  la función de los diarios íntimos: Allí podemos expresar espontáneamente nuestras inquietudes y experiencias, nuestros sueños y proyectos. También existen formas dirigidas o regladas para escribir con el propósito expreso de hacer limpieza emocional, por ejemplo el “Diario intensivo” de Ira Progoff, que propone una serie de ejercicios sistematizados para conectar con el Yo profundo: Escribir sobre acontecimientos claves, sobre el pasado, el presente, las encrucijadas, las personas, el trabajo, la sociedad, la filosofía de vida, valores y sueños. Y todo esto siguiendo unas reglas mínimas: Reservar un momento de tranquilidad y silencio para escribir, comprometerse a ser sinceros y espontáneos en lo que se escribe, centrarse  en acontecimientos internos y tener prohibido juzgar, analizar, censurar o interpretar.
Existe también un ritual simple y radical que consiste en escribir y, a continuación, quemar lo escrito para así, desterrar pensamientos o emociones perniciosas. Así mismo, innumerables actividades artísticas o artesanales pueden completarse con la práctica del yoga o la meditación: Cantar, bailar, hacer teatro, pasear por la playa o por el campo, bordar, pintar, hacer un pastel… Cada cual puede buscar la forma que mejor se adapte a sus necesidades y habilidades. En cualquier caso, lo que importa es que esos pensamientos y emociones salgan, combinando la exploración interior, incluidos nuestros resquicios más oscuros, el desahogo emocional y la comunicación con el mundo exterior.
 

domingo, 4 de diciembre de 2011

El Abecedario del Amor


A, de aprecio. Apreciar al ser que se ama es darle su valor, es considerarlo digno de afecto y de reconocimiento.
B, de búsqueda. El amor es una continua búsqueda del bien para el ser amado. Para ello es preciso conocerlo, descubrir su riqueza interior, encontrar los medios para su crecimiento y desarrollo hacia la plenitud de su ser.
C, de coherencia. Decir lo que se piensa y vivir lo que se dice, eso es la coherencia. Vivir y tratar de vivir siempre lo que se promete es ser coherente.
D, de diálogo. El amor es comunicación. Es el encuentro íntimo de dos personas, el diálogo constante de dos mentes, dos voluntades, dos corazones... dos cuerpos.
E, de esperanza y entrega. Así como el amor produce esperanza, confianza en el otro y en el futuro de los dos, la falta de éste causa apatía, desinterés, desconfianza y desaliento. El amor es entrega porque es ponerse en manos del otro, regalándose y dedicándose a él.
F, de fiel y fecundo. Ser fiel es ser leal con el otro. Además el amor es fecundo porque produce y se reproduce, mientras que el egoísmo destruye y acaba con la dignidad del otro.
G, de generoso. La generosidad implica nobleza y sinceridad, implica darse sin medida, sin conveniencias.
H, de humilde y honesto. El amor no es egoísta ni soberbio sino humilde servicio a la persona amada, reconociendo en ella un don digno de ser cuidado con lo mejor de uno mismo.

I, de invitación. El amor es una invitación a crecer en todos los aspectos, es invitar al otro a ser mejor, es ofrecer un camino de realización personal.
J, de joven. No consiste tanto en la edad corporal, cuanto en un estado de vitalidad y renovación interior, aunque esta palabra se use más por determinar una época de la vida que para otra cosa. Por eso el amor es joven por ser y tener que ser siempre nuevo.
L, de luz. Luz en el amor significa saber iluminar y guiar la vida de la persona amada.
LL, de llamado. En el amor existe un llamado constante a la persona amada para que sea luz, y a la vez es una llamada personal a ser luz para nuestra pareja.




M, de movimiento y meta. El amor es dinámico, es actividad continua en bien del otro, es esfuerzo efectivo para edificar su personalidad, implica variedad en sus manifestaciones y evita la rutina en el transcurso del tiempo. Meta, además, porque el amor en sí es un gran objetivo por alcanzar.
N, de núcleo. El amor es el núcleo de la vida misma. Hay un dicho que dice así: 'el que no ama, no vive', porque el ser humano está llamado a amar y amando es como construye la vida, crece en su personalidad y a la vez ayuda a crecer al otro.
O, de optimista. El amor no puede dejar de ser optimista, aunque no deje de ser realista. El optimismo implica la esperanza y la ilusión de un futuro mejor para sí y para la persona amada.
P, de perseverancia. Es tener firmeza y constancia en mantener lo prometido. De nada sirve emprender un camino si no se llega al término del mismo.
Q, de Querer. Amar es querer con la fuerza de voluntad más que con los sentimientos. Es la expresión más auténtica de la decisión libre y personal de buscar el bien del otro.
S, de sacrificio y de silencio. El amor exige el sacrificio entendido como ofrenda, como don, y esto implica callar el propio egoísmo, sin dejar de exigir lo que en justicia corresponde.
T, de trabajo. El amor no puede dejar de ser trabajo, acción continua, esfuerzo constante por lograr su culminación en cada instante, no sólo al final de la vida.
U, de único y universal. El amor es único porque no es repetible, y al mismo tiempo es universal porque es común a todos y dirigido hacia todos.
V, de valiente. Para amar se necesita mucho valor, se necesita 'garra' y valentía frente a una mentalidad adversa, que ha desvirtuado el sentido del amor y lo ha convertido en una expresión más del egoísmo.
Z, de zumo. El amor es el jugo de la vida, es lo que da sabor a la lucha y al esfuerzo diario, es el alimento de la propia historia.


A continuación Ricardo Arjona nos muestra a través de su canción, un claro ejemplo de lo que sucede cuando nos olvidamos de poner en practica  este abecedario, dando paso paradógicamente a otra forma de definir y sentir  el amor, si es que puede llamarse amor. Juzguen ustedes!!
            


lunes, 14 de noviembre de 2011

Así es el amor verdadero

Blanca Soto y Guy Ecker   
¿Existe una receta para mantener vivo el amor? Es una pregunta que todos nos planteamos, los expertos y los que no lo son. “Juntos en lo bueno y en lo malo, hasta que  la muerte los separe”. ¿Es una garantía o una condena? Es al esforzarse por hacer converger los deseos y caracteres de dos seres distintos en un único objetivo cuando el amor muestra sus limitaciones, reclamando renuncias, sacrificios y concesiones que, a la larga, deterioran la relación.     

Te proponemos una visión distinta que partirá de esta premisa: Todo lo que promueve la realización del individuo, ayuda a que el amor crezca. Mantener cierta autonomía, la distancia justa con tu pareja, y no dar nada por hecho, son las claves para no caer en la trampa de perder la propia identidad a favor de otra persona y para alimentar, al tiempo, la fuerza revitalizadora del amor.      
            
                                        RECETAS PARA CULTIVAR EL AMOR
  No te acomodes
Identificar el compromiso de la pareja con el cuento del príncipe azul que te amará para siempre jamás, acabará canalizando toda tu energía hacia actitudes de acomodamiento recíproco que debilitan la vitalidad del eros.
Vive el presente y no des nada por hecho. Procura impulsar el espíritu de comunicación y el compromiso constante si quieres que el amor dure. Si no, podrías tener una relación segura y duradera como ese viejo abrigo que no tiras porque aún  resiste y su corte es tan sobrio que no pasa de moda… ¡Pero jamás te pones!
No lo catalogues
El gran amor de tu vida, un romance, una aventurilla, un rollo para pasar el rato… Acabamos de comenzar una historia con alguien y tenemos la necesidad urgente de colocarla en el archivo de nuestras experiencias, como si darle un nombre nos ayudase a vivirla mejor. ¡Es un gran error! Definirlo significa decidir a priori la dirección que va a tomar el amor, renunciando a su magia imprevisible. Renueva cada día tu relación, no te cierres, ábrete a lo nuevo.

Enciende la sexualidad
El sexo es el termómetro de una relación; si las cosas no van bien, puede ser el antídoto perfecto contra la crisis. Echarle imaginación al erotismo e introducir juego y fantasía no son sólo armas para vencer al aburrimiento: A través del placer sexual se liberan aspectos diversos de nuestro interior, de nuestra aproximación a nuestra pareja y a la vida.
Pon un poco de misterio
El mito de que la intimidad de una pareja se basa en la entrega total debe borrarse de la mente. Hacer partícipe a nuestro compañero sentimental de cada gran y mínimo acontecimiento que pase en nuestra vida, más que complicidad crea dependencia, como la del niño que cuenta todo a su madre. Está bien hablarlo todo si se trata de una elección libre, pero también tienes libertad para no hacerlo; sólo de este modo el placer no se convertirá en deber.

Crea distancia
Aunque el deseo más urgente de los enamorados es estar juntos, si se elimina del todo la distancia física para estar pegados el uno al otro cual lapas, el deseo se va apagando. Crea momentos de separación con tu pareja: Una tarde libre con tus amigos, un fin de semana fuera, de vez en cuando unas vacaciones por separado… No  solo para reavivar la intensidad de vuestra relación en una fase crítica, sino también en los momentos más álgidos, cuando la pasión se encuentra el máximo nivel. De esta manera podrás sentir la falta de la persona que amas y las ganas reales que tienes de estar de nuevo con ella.
Crece y crecerá
Recuerda que todo lo que impulsa la realización del individuo impulsa al crecimiento del amor en la pareja. No hay nada más gratificante que sentir que la persona que amas está junto a ti por libre elección, no por deber, miedo, necesidad de compañía, mala conciencia o costumbre. “Aunque soy plenamente capaz de vivir sin ti, prefiero vivir contigo”. Eso es lo que da el valor al amor, su grandeza. Cuántas más  cosas puedas ofrecer, más rico será tu mundo personal, más atraídos se sentirán los demás por ti (pareja y amigos) y menos carencias sentirás. Potencia, pues, tu crecimiento personal, ten tus propios proyectos, gobierna tu vida, practica actividades gratificantes. Y, ante todo, no veas el amor con ojos utilitaristas.

                        

Flow

En su trabajo seminal, Flow o  Fluir: La psicología de las experiencias óptimas, Mihály Csíkszentmihályi esboza su teoría de que la gente es más feliz cuando está en un estado de "fluir"- concentración o absorción completa en la actividad o situación en la que se encuentran. Esta idea es idéntica a la sensación de "estar en la onda". Se puede decir que es un estado óptimo de motivación intrínseca, en la que la persona está inmersa en lo que está haciendo. Es algo que todos hemos percibido más de una vez, y se caracteriza por una sensación de gran libertad, gozo, compromiso y habilidad, durante la cual las sensaciones temporales (la hora, la comida y el yo) suelen ignorarse manifestando así una Actitud Positiva.
En una entrevista para la revista Wired, Csikszentmihalyi describió el fluir como "el hecho de sentirse completamente comprometido con la actividad por sí misma. El ego desaparece. El tiempo vuela. Toda acción, movimiento o pensamiento surgen inevitablemente de la acción, del movimiento y del pensamiento previos, es como si estuviéramos tocando jazz, o bailando nuestra canción preferida, Todo tu ser está allí, y estás aplicando tus facultades al máximo."
Para alcanzar un estado de fluir, debe alcanzarse un estado de equilibrio entre el desafío de la tarea y la habilidad de quien la realiza. Si la tarea es demasiado fácil o demasiado difícil, el fluir no podrá presentarse.
El estado de fluir también implica una especie de atención enfocada, y se ha observado que la meditación a conciencia, y el yoga pueden mejorar la capacidad de una persona para fluir. Entre otros beneficios, todas estas actividades sirven para entrenar y mejorar la capacidad de atención.
En síntesis, cualquier actividad que nos guste, que exija nuestra plena concentración y de la que obtengamos un feedback de forma inmediata puede llevarnos a experimentar esos momentos de flow impregnados de felicidad.
More Flow and less stress!!!

                 

domingo, 13 de noviembre de 2011

Conversando con Larent Gounelle:

"Sabes, Alan?, la vida es larga y aburrida cuando no la vivimos como nos gustaría". Es una de las frases de no me iré sin decirte adónde voy, un libro que ha sido un betseller en Francia y que va por el mismo camino aquí en  España. Se trata de una novela apasionada y optimista que puede cambiar la visión de nosotros mismos y de nuestras capacidades para siempre.
Alan Greenmor, el protagonista, había resuelto serenamente terminar con su vida, una existencia, según él, carente de finalidad y destino. Pero la aparición de un misterioso hombre, segundos antes de dar el gran y último salto mortal, le dio una nueva oportunidad, un nuevo compromiso con la vida. Através de varias pruebas y un coaching muy especial, Alan renacerá de sus cenizas con un renovado propósito.
Da igual dónde vivamos o a qué nos dediquemos, al final, todos somos Alan. El autor, Larent Gounelle, ha construido en no me iré sin decirte adónde voy, una magnifíca fábula sobre nuestros miedos y frustraciones, sobre las mochilas emocionales que todos llevamos sobre los hombros, sobre cómo amar y dejarnos amar, y sobre cómo vivir la vida. 

" No hay grandes problemas sino, personas pequeñas", dice uno de los personajes de su libro. ¿No cree que con los problemas que vivimos actualmente, económicos y de toda clase, este tipo de frases, pueden provocar frustración entre la gente?

Laurent Gounelle:Esta frase proviene de una réplica de Dubreuil, uno de los personajes del libro. !No es para nada mi punto de vista personal¡ El es alguien fuerte, muy seguro de sí mismo, que dispone de mucha facilidad en la manera de gestionar su vida y que tiende a pensar que todo el mundo puede ser tan fuerte como él. Yo evidentemente, no veo las cosas de esta manera. En cambio, lo que sí es cierto para mí, es que muchas personas piensan erróneamente que no pueden hacer nada frente a las situaciones de las que son víctimas. Tienen tendencia a pensar que " es así"..., y que no hay más que asumir los acontecimientos. Estoy convencido de que cada persona dispone en su interior de unos recursos insospechados, y que a veces basta con creer en esta capacidad de cambiar las cosas, para que estos recursos se presenten en nosotros y consigamos movilizarlos.

¿Podría ponernos un ejemplo?
Voy a citarle uno muy concreto y muy reciente. Vivo en una ciudad mal gestionda por un alcalde que no piensa en otra cosa, que no sea su carrera politica. Fue elegido gracias a un discurso vacío y flojo pero que sonaba bien... Desde su elección, decide medidas que tienden a destruir la calidad de vida en nuestra ciudad, especialmente poniendo cemento por todas partes (construye edificos donde había par ques). Algunas personas se quejan, pero la mayoría no se inmuta, pensando que, de todos modos, no se puede hacer nada. Fuí a ver una asociación de ciudadanos que, desde hace años, investiga los papeles del ayuntamiento e informa a la gente de las irregularidades. Les dije: " puesto que este candidato es dañino, hay que cambiarlo". Todo el mundo se rió. No era posible, decían a coro, porque le apoya el partido mayoritario, y tiene además conexiones con el partido socialista. Vaya que la situación parecía complicada. Les contesté: "Si creemos en ello, todo es posible".

Y que pasó
Empezamos a reunirnos todos los domingos para poner en común nuetras ideas. Proveníamos de todos los medios sociales; unos eran de izquierdas, otros de derechas, pero encontramos lo que nos unía: Una cierta visión de la calidad de vida que queríamos para todos. Y presentamos la candidatura del presidente de la asociaón a las elecciones departamentales y ganamos con mas del 52% de los votos.

¿Qué cualidades aprende Alan, el protagonista de No me iré sin decirte a dónde voy, al final de la historia?
Que la falta de confianza en uno mismo no es una fatalidad. Que cada persona puede cuidarse de sí misma y hacer algo por su vida. Pero al mismo tiempo, que el éxito personal no basta para dar sentido a la vida. Que la evolución personal no se limita a la ascensión social. Que el éxito material tiende a alejarnos de los otros, ya que una vida realizada es, sin duda, una vida que nos permite conectarnos con los démas, reencontrar con ellos un sentimiento de unidad, de pertenencia a un gran todo. Que se puede pasar del miedo al amor...

¿Cuál cree que es la razón del éxito de sus libros?
Tengo la sensación de que este éxito tiene origen en la sinceridad de mi actuación. Escribo para los lectores, no para mí, y estoy casi obsesionado con lo que mis libros les puedan aportar. No he inventado nada, no soy un buscador, ni un pensador. Sólo soy un transeúnte. Retransmito cosas que me parecen esenciales para que cada uno disfrute de su vida; cosas que provienen,en gran parte, de conocimientos que tuve la gran suerte de recibir. He viajado mucho y he tenido la ocación de trabajar tanto con investigadores en neurociencia, como con personas de recorrido un poco menos académico, como sabios o chamanes. Lo que he podido aprender, no se adquiere, lamentablemente en los colegios. Es tan importante conocerce y saber vivir la vida, como aprender geografía o la historia de un país


En su opinión, ¿cuáles son los principales recursos que hay que aprender para hacer frente a las dificultades?
Le citaré varios:
Aprender a conocerce. Nos permite elegir y actuar en conciencia.
Comunicar. Comprender a los otros y saber ser comprendido. Nunca nos hemos comunicado tan poco como en la actualidad. Aunque parezca lo contrario, esta carencia se debe en parte  a las nuevas tecnologías, que están consiguiendo suplantar a las relaciones personales.
Tener confianza en uno mismo. Creer en ti y en tus capacidades y así realizar tus sueños. Dejar de sufrir pasivamente. Tomar las riendas de tru vida.
Aprender a desapegarnos de lo material. Que nos llena de vacío y nos lleva a alienarnos en el trabajo, en lugar de realizarnos.
Apreciar el momento presente. Dejar de darle vueltas a los problemas pasados que, por definición, ya no existen y dejar de creer que nuestra felicidad se situa en el futuro, condicionada por la obtención de determinados resultados. La felicidad es ahora, aqui, en este momento.

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿Por qué nos gusta el riesgo?

¿Recuerdas alguna vez haber disfrutado de una experiencia marcada por el miedo? Puede que estuvieras viendo una película de terror. O, tal vez, que te lanzaras desde una avioneta en paracaídas, o haber ido a un parque de atracciones a subirte en la montaña rusa. Lo cierto es que todos, sin excepción, sentimos un cosquilleo de placer y excitación ante una situación de riesgo. Y aún hay más. Normalmente la huella que esta situación deja en nuestro cerebro tiende a empujarnos a querer repetir una vivencia similar. De igual modo, también respondemos ante la versión, más amarga del miedo, cuando somos víctimas de ese otro temor que nos congela por dentro, amplifica nuestros sentidos y anestesia cualquier vestigio de bienestar. ¿Qué misteriosas rutas neuronales consiguen dotar al miedo de esta dualidad?
Sentimiento y diversión; dolor y placer. Estas son las dos caras de una emoción que, analizada desde una perspectiva evolutiva, resulta mucho más sencilla de comprender. En términos darwinianos, la naturaleza premia al individuo que es más hábil para sobrevivir con el regalo de legar los  genes a las futuras generaciones. El miedo, desde este punto de vista, es el mecanismo de defensa por excelencia destinado a proteger la vida, una especie de guardaespaldas que nos aleja de las amenazas que nos rodean. El miedo a las alturas, por ejemplo, es muy beneficioso si queremos llegar a viejos; de hecho, lo experimentan los bebés sin necesidad de que nadie haya tenido que ponerlos en preaviso; es lo que la psicología llama un “miedo innato”. Este, al igual que el miedo a la oscuridad u otros, no se aprende sino que es heredado, ya que aquel predecesor que no lo experimentó sucumbió rápidamente y no pudo perpetuarse. Del mismo modo, sufrimos de forma innata otros temores más sofisticados y cuya naturaleza es más social. Sin ir más lejos, esa dosis de incomodidad que experimentamos antes de hablar en público deriva del miedo al ridículo, que es inherente al ser humano. También este es el caso del recelo que podemos sentir cuando se nos excluye de alguna reunión de amigos, sentimiento asociado a la  soledad y al rechazo. En realidad, todos estos temores contribuyen a fortalecer nuestros vínculos con las personas que nos rodean y a reforzar el sentimiento de grupo. Los motivos por los cuales estos miedos fueron seleccionados son obvios: Sin el respaldo de una comunidad, la supervivencia del individuo se ve fuertemente comprometida. “¡No aceptes camelos de extraños!” Esta frase tan de moda por las madres de antes- posiblemente las de ahora estén más en línea de: “¡No chatees con desconocidos!”- alimenta otro tipo de miedos que se acumulan a lo largo de la vida. Se trata de miedos aprendidos, y no solo proceden de las advertencias de otros, también se nutren de las experiencias vividas en primera persona. De hecho, el cerebro está especializado en recordar situaciones traumáticas.
El neurocientífico Joseph de Loux, principal descubridor del camino neuronal  que recorre el miedo en el cerebro, asegura que cualquier recuerdo teñido de esta emoción se vuelve intenso y casi imborrable. No importa que hayamos sufrido un atraco hace dos años, cada vez que pasemos por una calle parecida al lugar donde se produjo el desagradable infortunio, se nos erizará el vello y el corazón se acelerará porque nuestro cerebro recupera aquel recuerdo y el miedo asociado. Por el mismo motivo, si hemos vivido un desamor, ciertos recelos aflorarán ante la posibilidad de enamorarnos otra vez. El miedo vivido profundiza la muesca que deja un recuerdo en nuestro cerebro y, en cierta manera, nos acaba condicionando el futuro. Esta es la estrategia mediante la cual nuestro organismo esquiva el peligro.  
Pero, como hemos visto, en ocasiones también nos sorprendemos disfrutando de experiencias temerarias. De no ser así, no se explicaría el auge actual de los deportes de riesgo. Lo cierto es que estos comportamientos no se pueden achacar a desajustes ocasionales en el circuito del miedo sino a otra ruta neuronal conocida como el “centro de recompensa”. Esta región tiene como objetivo reforzar positivamente acciones que, evolutivamente, se han seleccionado como favorables, activándose, por ejemplo, cada vez que comemos o practicamos sexo. Para conseguir su cometido, el centro de recompensa libera un neurotransmisor, la dopamina, que inunda el organismo de un inmenso placer. En efecto, el éxito de este circuito reside en las bondades de esta sustancia, pues es el recuerdo de las sensaciones que provoca lo que  nos incita a repetir, es decir, lo que hace que nos apetezca ingerir comida o mantener relaciones sexuales de nuevo. Pero lo verdaderamente fascinante sobre el funcionamiento del centro de recompensa es su relación con el miedo. Hace tan solo unos meses, el equipo del neurocientifico Joe Z. Tzien, del instituto de Ciencias de la salud de la Universidad de Georgia (EE. UU.), implantó una serie de electrodos en el centro de recompensa del cerebro de varios ratones con el fin de medir su actividad neuronal durante un experimento. Tzien sometió a los ratones a dos tipos de ejercicios: O les ofrecía un terrón de azúcar o los empujaba desde una altura de 30 cm, distancia más que considerable para un animal de apenas 6cm. Los investigadores comprobaron que a los ratones se les activaba el circuito de la recompensa tanto si se les premiaba con un dulce como si se les lanzaba al vacío, y que, por tanto, sentían los efectos de la dopamina indistintamente. En concreto, el 30% de las neuronas del centro de recompensa se activaban y estimulaban la secreción de dopamina ante situaciones de miedo.

                          
¿Reaccionamos igual al comer chocolate que al caer desde lo alto de un edificio? No del todo. Pero lo que esta investigación constata por primera vez es que el miedo, además de prepararnos para huir o luchar ante una amenaza, también acciona el interruptor cerebral de la dopamina actuando en cierto grado como fuente de placer. Controvertido o no, este hecho explicaría algunas adicciones basadas en el riesgo, como sería el caso de la ludopatía o los deportes extremos, y esclarecería por qué mucha gente se siente fascinada por el miedo y contempla en un mismo plano tirarse en paracaídas y disfrutar de un suculento manjar.
Por otro lado, y desde una mirada evolutiva, con estos hallazgos el miedo también adquiere una nueva dimensión. Su vinculación con el placer lo convierte en protagonista la hora de progresar. Arriesgarse no es fácil; pero a veces es la única forma de prosperar. Y tener a la dopamina como aliada supone una gran ventaja. ¿Es esta la razón por la que nos volvemos a enamorar a pesar de los fracasos vividos? Los expertos así lo creen. También es evidente que este mecanismo premia la iniciativa, el “ser emprendedor”, conductas que han salpicado la historia de la humanidad  y que han salvado a nuestra especie de la extinción.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los abuelos y los nietos: Una interacción enriquecedora


Los abuelos son los cimientos de la familia, las raíces que sujetan el árbol de la vida. El abuelo es crucial en el desarrollo de la autoestima del niño y constituye un referente de seguridad inestimable. Al contar historias del pasado familiar con su estatus de “padre del padre o de la madre”, hacen que el nieto sienta su presente como la continuación de un pasado enriquecedor y perfilan el lugar que ocupa en el mundo. En estas fiestas, la mayor alegría para los niños es sentirse seguros en un mundo donde hay adultos (padres y abuelos) que les quieren.

Un cariño diferente

Los abuelos proporcionan a los niños una seguridad diferente a la que aportan los padres, más antigua. En ello se encuentra la base de lo que será nuestra vida amorosa. Por una parte quisieron y amaron a nuestros padres, y lo hicieron de tal forma que despertaron en ellos el deseo de tener hijos y repetir la experiencia. Su inconsciente determinó el de nuestros progenitores y, además, con el amor que nos dirigen, son el refugio más seguro y cariñoso de la infancia.

Ser abuela permite elaborar psíquicamente el hecho de haber sido madre. Ahora bien, lo que se da a los nietos es algo diferente. La abuela, cuando disfruta con su papel, quiere sin condiciones, es el amor más desinteresado que se puede encontrar en la vida. La abuela puede sentirse compensada con ver en su nieto una sonrisa que le recuerda a su hijo, porque encuentra ahí el placer de la transcendencia y de la productividad de su vida. Además, cuando se es abuela se puede elaborar lo que se hizo mal como madre. La abuela puede ayudar, pero si no ha conseguido vivir bien su maternidad es más frecuente que compita con la hija o con la nuera y que proteste por su función. Los abuelos han sido padres, pero esta experiencia, a veces, no es garantía de ayuda para los hijos y nietos. Si han tenido sentimientos de inferioridad y no han podido resolver complejos infantiles, tratarán de compensarlo con los niños y aquí aparecen los problemas, porque rivalizan con sus propios hijos.

Otra situación difícil se plantea cuando la abuela quita autoridad a la madre, aunque si ésta actúa segura de sí misma, su autoridad no se verá mermada. Cuando se encuentre a solas con el niño, conviene que le aclare la diferencia de puntos de vista debido a que pertenecen a distintas generaciones. Que el niño comprenda que los abuelos no piensan como sus padres no es un problema, sino un síntoma muy saludable pues fomenta su capacidad de tener un criterio propio.
 


Completando el círculo
Si el vínculo afectivo entre los abuelos y los padres es bueno nuestra capacidad para organizar lazos afectivos será mayor. Los niños disfrutarán de un afecto diferente. Los padres podrán devolver algo de lo que deben a quienes les dieron la vida y los mayores cerrarán su ciclo vital rodeado de afecto.

Recogiendo un armario, Inés tropezó con una caja donde había fotos. La abrió y cogió una antigua donde una mujer vestida de oscuro y con un moño en la nuca tomaba en sus brazos a una niña pequeña. La niña, de unos tres años, recostaba su cabeza sobre el pecho de la mujer mientras se agarraba a su cuello y sonreía. Tras ellas, un hombre las rodeaba con los brazos y así, entre abrazos y sonrisas, se podría definir la relación que había tenido con sus abuelos. Pegada a la fotografía había una hoja con el título de una poesía: “Yo te llamaba “maina”. No leyó más, esa palabra le traía lo mejor de su infancia. Es como se llamaba a las abuelas en Asturias. Ahora se había perdido el término y su infancia. Pero le había quedado la convicción de que fue la relación con sus abuelos lo que la había ayudado a comprender a su madre y a sentirse segura en la vida. Ahora que ella se iba a convertir en abuela, sentía la labor tan importante que podría realizar con sus nietos.
         
Claves Los padres esperan que los abuelos sean una fuente de seguridad, que estén ahí cuando los necesiten. Ahora bien, también desean que aprueben sus decisiones.

Ese deseo de aprobación es muy importante porque los padres quieren que les consideren adultos delante de su pareja y de sus hijos, algo difícil porque con frecuencia los abuelos los siguen viendo como los niños que fueron. Otro desacuerdo es cuando los padres temen que maleduquen al nieto.

Los abuelos necesitan que se les tengan en cuenta sin que se les pida más allá de lo que pueden dar. Algunas abuelas, en su incapacidad de poner límites, aguantan y viven con resignación lo que tendrían que vivir con placer. Por el contrario, aquella que vive plenamente su condición, transmite un mensaje de esperanza.

Para evitar rivalidades es necesario establecer claramente que la educación pertenece a los padres.



martes, 27 de septiembre de 2011

Entender a nuestros padres

Demián Bucay      
Jorge Bucay
Recuerdo que de niño, se había instalado entre mi padre y yo una especie de costumbre, casi diría de ritual. Cada vez que yo, en el transcurso de una lectura, hallaba una palabra que no conocía, acudía a él- a nadie más- y le preguntaba, por ejemplo – papá, ¿qué significa pagoda? O bien: - papá, ¿qué quiere decir abolir? O quizás: - Pa, ¿qué es algo dantesco?
Y mi padre me respondía: “Una pagoda es una construcción de estilo chino”, “Abolir quiere decir que una ley deja de tener afecto”, Dantesco viene de un poeta italiano, Dante Alighieri; es algo exagerado, grotesco…” Siempre tenía una respuesta y procuraba poner la explicación en términos que yo entendiera. No podría asegurarlo, pero mi sensación es que esas charlas se mantuvieron durante años. Hasta que un día sucedió algo que yo nunca había imaginado posible. Un día me acerqué a mi padre y le pregunté, digamos (ya no recuerdo la palabra exacta): - Papá, ¿qué es una falúa? Y mi padre me respondió: - No lo sé, hijo. Aun recuerdo la impresión que me causó esa respuesta. Al principio desconfié y pensé que seguramente era algún truco de mi padre.- ¿Cómo que no lo sabes?-Dije. – No lo sé, Demi- repitió él-.Podemos buscarla en el diccionario.
Pero no había truco. Existía una palabra que mi padre desconocía. Aquello era inaudito. Yo había creído hasta aquel momento que mi padre conocía todas las palabras.
No es que entonces dejase de preguntarle. Durante algún tiempo aún supo contestarme la mayoría de las veces, pero una ilusión se había roto. Las cosas siguieron avanzando e inexorablemente llegó un punto en el que, si una palabra era suficientemente rara como para que yo – que leía bastante- no la conociese, mi padre tampoco la conociera. Lo impensable había sucedido: Había “alcanzado” a mi padre. No es que yo pensara que lo había alcanzado en todos los sentidos, pero tampoco me pasaba desapercibido que, si había sucedido en ese pequeño aspecto, era posible que sucediese en otros. La sensación lejos de ser orgullo, fue más bien de vértigo y hasta de cierta angustia: Ya no podía contar con él para que solucionase mis problemas. No tenía todas las respuestas, no sabría siempre qué decirme, había un punto en el que yo estaba irremediablemente solo. Y si esto fuera poco, se sumaba un genuino dolor: Nuestro pequeño ritual, que  a mi tanto me gustaba, se había terminado. Ya no tenía sentido.
Seguramente entonces no fui consciente de cómo me afecto, pero ahora sé que solo pude enfadarme con mi padre. Enfadarme con su falibilidad, porque no era ese ser todopoderoso que yo creía que era y también porque, de algún modo, le acusaba de habérmelo hecho creer:” Tú me dijiste que sabias todas las palabras. ¿Cómo te atreves a decirme ahora que no sabes? Tienes que saber. Tú me lo prometiste”. Pero él no  lo había dicho, él no me había prometido nada y, sin embargo, ¿Cómo podía yo creer otra cosa? ¿No había respondido  a todas mis preguntas hasta aquel momento? Entonces, ¿qué podía haber hecho mi padre para evitar engrandecerse en mi mirada? ¿Hacer ver que no sabía lo que sí sabía realmente? Eso habría equivalido a desampararme. No hubiese sido mejor. Creo más bien que, si los padres son medianamente presentes y nutritivos, un niño no puede dejar de verlos como seres infalibles.

De niños necesitamos tanto a los padres, somos tan dependientes de ellos, que es imposible, si cumplen con su función, no idealizarlos. Una recopilación de historias verídicas escritas por ciudadanos norteamericanos a partir de la propuesta de Paul Auster da cuenta de esto: El libro: El libro se titula Cría que mi padre era Dios (Anagrama). Así como es inevitable esta idealización, también lo es que en algún momento el encantamiento se rompa, que veamos a los padres como son verdaderamente y nos decepcionemos. Esta decepción, aunque dolorosa, también es sana porque nos permite comenzar a darnos cuenta de que ellos, además de nuestros padres, son otras muchas cosas. Y son, sobre todo, personas y, como tales falibles y limitadas. He dicho que es inevitable decepcionarse de los padres. Me corrijo: Solo es inevitable si queremos vivir sanamente. A veces, el dolor, la perdida de la seguridad o un sentimiento de lealtad hacia nuestros padres generado por todo lo que nos han dado puede impedirnos abandonar la imagen de ellos como personas intachables. Cuando esto sucede, el resultado suele ser bastante perjudicial para el bienestar emocional: Si yo creo que mis padres lo sabían y podían todo, cada vez que me encuentre con una carencia en mi educación, un habito que no me sirve o un mandato nocivo, concluiré que mis padres pudieron haber hecho otra cosa y no la hicieron. Me diré:” No quisieron hacerlo mejor” o “No quisieron lo mejor para mí”. Y esto en ocasiones conduce a pensar: “Entonces es que no me querían lo suficiente”. Y esta conclusión, a su vez, es muy diferente a pensar:” Lo hicieron lo mejor que pudieron” o “Quisieron, lo intentaron pero con alguna cosas no pudieron”.
La pena que puede generarnos concebir a nuestros padres de este modo nos protege de un mal mucho mayor, que es el resentimiento hacia ellos. Se dice que no sirve de nada culpar a los padres; es cierto, pero esto no significa  que ignoremos sus limitaciones. Como hijos, nuestra tarea será identificarlas para poder decidir qué queremos hacer con ello. Para quienes se hayan convertido en padres, el desafío será sostener que sus hijos se decepcionen de ustedes. Deberán recordar que esto es lo mejor, pues hablará  de que hemos hecho un buen trabajo, de que, como dijo Oscar Wilde:  Los niños comienzan por amar a los padres; después los juzgan, y algunas veces hasta los perdonan”.
Bucay, D. 2011.Mente Sana; Entender a nuestros padres. 74 ed. Barcelona  




lunes, 19 de septiembre de 2011

Un cambio positivo en la conciencia

¿Qué pasa con el ego? ¿Por qué habría que desmontarlo? ¿Si no tengo ego, quién soy? Soy lo que pienso, mis ideales, mi imagen física. Soy la conciencia que observa a los pensamientos, al ego. Somos algo que está más allá de nuestra mente limitada. Somos el ser. La decisión de hacer que el momento presente sea tu amigo representa el final del ego, que nunca podrá estar en sintonía con el presente, es decir en sintonía con la vida. Observamos que casi todos nuestros pensamientos se refieren al pasado o al futuro, y nuestro “sentido del yo” depende del ayer, para nuestra identidad, y del mañana, para nuestra realización. Para el ego, el momento presente es, en el mejor de los casos, un medio para conseguir un fin, y casi siempre representa un obstáculo que nos impide llegar a conseguir lo que realmente queremos.
El nuevo mundo
Las cosas, los cuerpos y los egos, lo que nos sucede, lo que pensamos, sentimos, los deseos, las ambiciones, los miedos… Llegan a nuestras vidas fingiendo ser importantísimos y, antes de que nos demos cuenta, se han ido. ¿Fueron reales en algún momento? Como dice Tolle: “Nuestro propósito ahora es despertar del sueño. Cuando estas despierto dentro del sueño, el drama terrenal creado por el ego llega a su fin y surge un sueño más benigno y maravilloso. Esto es el nuevo mundo.”  

El espacio interior
No resistirse, no juzgar y desapegarse son los tres aspectos de la verdadera realidad, que dan paso al espacio interior. Cuando dejamos de estar completamente identificados con las formas, la conciencia (lo que somos) queda liberada de su aprisionamiento en la forma. Esta liberación es la aparición del  espacio interior. Llega como una quietud, una sutil paz en lo más profundo de ti, incluso ante algo aparentemente malo. De pronto, hay espacio alrededor del dolor. Y sobre todo hay espacio entre nuestros pensamientos. “Y de ese espacio emana una paz que no es de este mundo”, escribe Tolle, “porque este mundo es forma y la paz es espacio. Esta es la paz de Dios”. Cuando vemos y aceptamos la transitoriedad de todas las cosas y la inevitabilidad del cambio, podemos disfrutar de los placeres del mundo mientras duren, sin miedo a perderlos y sin angustia.
La realización espiritual
Cuando oímos hablar del espacio interior puede que empecemos a buscarlo, pero como lo estamos buscando como si fuera un objeto o una experiencia, no lo vamos a encontrar. Este es el problema de los que buscan la realización espiritual o la iluminación. Por eso Jesús dijo:”El reino de Dios no llegará con señales visibles, ni podrá decirse ‘helo aquí o allí’, porque está dentro de vosotros”. Puede que en tu vida ya esté surgiendo esporádicamente el espacio entre pensamientos y es posible que ni siquiera lo sepas. A veces ocurre que, cuando intentamos ser conscientes de nosotros mismos, nos convertimos en un objeto, en una forma de pensamiento. Y de lo que somos conscientes es de una forma de pensamiento, no de nosotros mismos. ¿Te parece un lío? Respondamos a tus dudas…  
¿Cómo sé que estoy en el espacio interior?
Si no te pasas toda la vida descontento, preocupado, ansioso, deprimido, desesperado, o consumido por otros estados negativos. Si eres capaz de disfrutar de cosas simples como escuchar el sonido de la lluvia o el viento. Si puedes estar a solas en ocasiones sin sentirte solo, ni necesitar el estimulo mental de una diversión. Si puedes tratar a un completo desconocido con amabilidad sincera sin desear nada de él.
Hay una sensación de bienestar, de paz, aunque pueda ser sutil, que puede ir desde una sensación de contento que apena se nota, hasta lo que los antiguos sabios de la India llamaban ananda, la felicidad del Ser.
¿Por qué son las cosas mínimas las que aportan mayor felicidad?
Porque la verdadera felicidad no está causada por el objeto o el suceso, aunque esto sea lo que parece a primera vista. La forma de las cosas pequeñas deja sitio para el espacio interior, y es de aquí de donde emana la verdadera felicidad del Ser.
¿Es importante la meditación?
Para ser consciente de las cosas pequeñas y silenciosas, tienes que estar callado por dentro. Se requiere un alto grado de alerta, de silencio interior, de meditación.
¿Hay alguna otra forma de encontrar el espacio interior?
Se consciente de que eres consciente. Di o piensa: “Soy”, sin añadir nada. Sé consciente de la quietud que sigue al “Soy”. Siente tu presencia, el ser desnudo, sin velos ni vestiduras. No abuses de la televisión. El alcohol o las drogas, ya que te llevan a la inconsciencia. Ríete; la risa es extraordinariamente liberadora y curativa.

  Adicciones compulsivas
Si tienes una pauta de conducta compulsiva como fumar, comer en exceso, beber, ver la televisión…, cuando notes que surge en ti la necesidad, párate y haz tres respiraciones conscientes. Después, durante unos minutos, sé consciente de la “urgencia compulsiva”. Haz unas respiraciones conscientes más; después puede desaparecer la compulsión.
Tu cuerpo es el ancla
Siempre que te sea posible utiliza la conciencia del cuerpo interior para crear espacio. Cuando estés esperando algo, escuchando a alguien o haciendo una parada en el día, siente al mismo tiempo la vida interior. Para ello recorre tu cuerpo mentalmente reconociendo las sensaciones físicas que percibes, sin juzgarlas o intentar cambiarlas. Siente la vida dentro de tu cuerpo como un hormigueo, una energía que fluye dentro de ti.
Deja que tu ego adelgace más y más
El ego está siempre en guardia contra cualquier cosa que perciba que puede disminuirlo. Cuando nos culpan o nos critican, necesitamos, como dice Echkart, “restaurar la forma mental del yo”. Y justificamos, defendemos o culpamos a los demás. Si el otro tiene o no razón, al ego le da igual con tal de auto-preservarse.

Práctica espiritual muy potente
Consiste en permitir la disminución de tu ego sin intentar restaurarlo. Por ejemplo, cuando alguien te critica, te culpa de algo o te insulta, en vez de contraatacar inmediatamente o defenderte, no hagas nada. Deja que la imagen del “Yo” se vea disminuida y ponte alerta a lo que ocurre muy dentro de ti. Durante unos segundos puede que te sientas incomodo, como si hubieras encogido. Después sentirás un espacio interior que está intensamente vivo. No has  quedado disminuido en absoluto, sino que en realidad te has expandido. Y te das cuenta que, al hacerte “menos”, te haces más. Cuando dejas de defenderte, te libras de la identificación con la imagen mental del “Yo” y dejas sitio para que surja el Ser.
A través de una forma aparentemente debilitada, puede brillar un autentico poder, que es lo que eres más allá de la apariencia. A esto se refería Jesús cuando decía: “Niégate a ti mismo” o “pon la otra mejilla”. Abstente de intentar reforzar el ego exhibiéndote, queriendo destacar, ser especial, causar impresión o exigir atención. Para ello, abstente de expresar tu opinión cuando el mundo expresa la suya y observa. ¿Qué sientes? Esto no significa que seamos victimas de gente inconsciente que nos maltrate, ya que también podemos decir “no” a alguien con firmeza y claridad, pero libres de toda negatividad. Dice Toller que si te conformas con no ser nadie en particular, con no destacar, sintonizas con el poder del universo. Y lo que al ego le parece debilidad, es en realidad la única fuerza verdadera. Esta verdad espiritual es diametralmente opuesta a los valores de nuestra cultura. En lugar de ser una montaña – enseña el antiguo Tao Te Ching- “sé el valle del universo”. De este modo se restaurará tu totalidad “y todo vendrá a ti”.