"Yo no pretendo enseñarte lo que es el mundo me falta también, pero vale la pena disfrutar cada día con mas Flow. Di lo que sientas, has lo que piensas, da lo que tengas y no te arrepientas. Serás del tamaño de tus pensamientos, no te permitas fracasar y sino llega lo que esperabas no te conformes jamás te detengas... No te límites por lo que digan, sé lo que quieras, pero sé tu mismo, y ante todas las cosas nunca te olvides de Dios".

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los abuelos y los nietos: Una interacción enriquecedora


Los abuelos son los cimientos de la familia, las raíces que sujetan el árbol de la vida. El abuelo es crucial en el desarrollo de la autoestima del niño y constituye un referente de seguridad inestimable. Al contar historias del pasado familiar con su estatus de “padre del padre o de la madre”, hacen que el nieto sienta su presente como la continuación de un pasado enriquecedor y perfilan el lugar que ocupa en el mundo. En estas fiestas, la mayor alegría para los niños es sentirse seguros en un mundo donde hay adultos (padres y abuelos) que les quieren.

Un cariño diferente

Los abuelos proporcionan a los niños una seguridad diferente a la que aportan los padres, más antigua. En ello se encuentra la base de lo que será nuestra vida amorosa. Por una parte quisieron y amaron a nuestros padres, y lo hicieron de tal forma que despertaron en ellos el deseo de tener hijos y repetir la experiencia. Su inconsciente determinó el de nuestros progenitores y, además, con el amor que nos dirigen, son el refugio más seguro y cariñoso de la infancia.

Ser abuela permite elaborar psíquicamente el hecho de haber sido madre. Ahora bien, lo que se da a los nietos es algo diferente. La abuela, cuando disfruta con su papel, quiere sin condiciones, es el amor más desinteresado que se puede encontrar en la vida. La abuela puede sentirse compensada con ver en su nieto una sonrisa que le recuerda a su hijo, porque encuentra ahí el placer de la transcendencia y de la productividad de su vida. Además, cuando se es abuela se puede elaborar lo que se hizo mal como madre. La abuela puede ayudar, pero si no ha conseguido vivir bien su maternidad es más frecuente que compita con la hija o con la nuera y que proteste por su función. Los abuelos han sido padres, pero esta experiencia, a veces, no es garantía de ayuda para los hijos y nietos. Si han tenido sentimientos de inferioridad y no han podido resolver complejos infantiles, tratarán de compensarlo con los niños y aquí aparecen los problemas, porque rivalizan con sus propios hijos.

Otra situación difícil se plantea cuando la abuela quita autoridad a la madre, aunque si ésta actúa segura de sí misma, su autoridad no se verá mermada. Cuando se encuentre a solas con el niño, conviene que le aclare la diferencia de puntos de vista debido a que pertenecen a distintas generaciones. Que el niño comprenda que los abuelos no piensan como sus padres no es un problema, sino un síntoma muy saludable pues fomenta su capacidad de tener un criterio propio.
 


Completando el círculo
Si el vínculo afectivo entre los abuelos y los padres es bueno nuestra capacidad para organizar lazos afectivos será mayor. Los niños disfrutarán de un afecto diferente. Los padres podrán devolver algo de lo que deben a quienes les dieron la vida y los mayores cerrarán su ciclo vital rodeado de afecto.

Recogiendo un armario, Inés tropezó con una caja donde había fotos. La abrió y cogió una antigua donde una mujer vestida de oscuro y con un moño en la nuca tomaba en sus brazos a una niña pequeña. La niña, de unos tres años, recostaba su cabeza sobre el pecho de la mujer mientras se agarraba a su cuello y sonreía. Tras ellas, un hombre las rodeaba con los brazos y así, entre abrazos y sonrisas, se podría definir la relación que había tenido con sus abuelos. Pegada a la fotografía había una hoja con el título de una poesía: “Yo te llamaba “maina”. No leyó más, esa palabra le traía lo mejor de su infancia. Es como se llamaba a las abuelas en Asturias. Ahora se había perdido el término y su infancia. Pero le había quedado la convicción de que fue la relación con sus abuelos lo que la había ayudado a comprender a su madre y a sentirse segura en la vida. Ahora que ella se iba a convertir en abuela, sentía la labor tan importante que podría realizar con sus nietos.
         
Claves Los padres esperan que los abuelos sean una fuente de seguridad, que estén ahí cuando los necesiten. Ahora bien, también desean que aprueben sus decisiones.

Ese deseo de aprobación es muy importante porque los padres quieren que les consideren adultos delante de su pareja y de sus hijos, algo difícil porque con frecuencia los abuelos los siguen viendo como los niños que fueron. Otro desacuerdo es cuando los padres temen que maleduquen al nieto.

Los abuelos necesitan que se les tengan en cuenta sin que se les pida más allá de lo que pueden dar. Algunas abuelas, en su incapacidad de poner límites, aguantan y viven con resignación lo que tendrían que vivir con placer. Por el contrario, aquella que vive plenamente su condición, transmite un mensaje de esperanza.

Para evitar rivalidades es necesario establecer claramente que la educación pertenece a los padres.



martes, 27 de septiembre de 2011

Entender a nuestros padres

Demián Bucay      
Jorge Bucay
Recuerdo que de niño, se había instalado entre mi padre y yo una especie de costumbre, casi diría de ritual. Cada vez que yo, en el transcurso de una lectura, hallaba una palabra que no conocía, acudía a él- a nadie más- y le preguntaba, por ejemplo – papá, ¿qué significa pagoda? O bien: - papá, ¿qué quiere decir abolir? O quizás: - Pa, ¿qué es algo dantesco?
Y mi padre me respondía: “Una pagoda es una construcción de estilo chino”, “Abolir quiere decir que una ley deja de tener afecto”, Dantesco viene de un poeta italiano, Dante Alighieri; es algo exagerado, grotesco…” Siempre tenía una respuesta y procuraba poner la explicación en términos que yo entendiera. No podría asegurarlo, pero mi sensación es que esas charlas se mantuvieron durante años. Hasta que un día sucedió algo que yo nunca había imaginado posible. Un día me acerqué a mi padre y le pregunté, digamos (ya no recuerdo la palabra exacta): - Papá, ¿qué es una falúa? Y mi padre me respondió: - No lo sé, hijo. Aun recuerdo la impresión que me causó esa respuesta. Al principio desconfié y pensé que seguramente era algún truco de mi padre.- ¿Cómo que no lo sabes?-Dije. – No lo sé, Demi- repitió él-.Podemos buscarla en el diccionario.
Pero no había truco. Existía una palabra que mi padre desconocía. Aquello era inaudito. Yo había creído hasta aquel momento que mi padre conocía todas las palabras.
No es que entonces dejase de preguntarle. Durante algún tiempo aún supo contestarme la mayoría de las veces, pero una ilusión se había roto. Las cosas siguieron avanzando e inexorablemente llegó un punto en el que, si una palabra era suficientemente rara como para que yo – que leía bastante- no la conociese, mi padre tampoco la conociera. Lo impensable había sucedido: Había “alcanzado” a mi padre. No es que yo pensara que lo había alcanzado en todos los sentidos, pero tampoco me pasaba desapercibido que, si había sucedido en ese pequeño aspecto, era posible que sucediese en otros. La sensación lejos de ser orgullo, fue más bien de vértigo y hasta de cierta angustia: Ya no podía contar con él para que solucionase mis problemas. No tenía todas las respuestas, no sabría siempre qué decirme, había un punto en el que yo estaba irremediablemente solo. Y si esto fuera poco, se sumaba un genuino dolor: Nuestro pequeño ritual, que  a mi tanto me gustaba, se había terminado. Ya no tenía sentido.
Seguramente entonces no fui consciente de cómo me afecto, pero ahora sé que solo pude enfadarme con mi padre. Enfadarme con su falibilidad, porque no era ese ser todopoderoso que yo creía que era y también porque, de algún modo, le acusaba de habérmelo hecho creer:” Tú me dijiste que sabias todas las palabras. ¿Cómo te atreves a decirme ahora que no sabes? Tienes que saber. Tú me lo prometiste”. Pero él no  lo había dicho, él no me había prometido nada y, sin embargo, ¿Cómo podía yo creer otra cosa? ¿No había respondido  a todas mis preguntas hasta aquel momento? Entonces, ¿qué podía haber hecho mi padre para evitar engrandecerse en mi mirada? ¿Hacer ver que no sabía lo que sí sabía realmente? Eso habría equivalido a desampararme. No hubiese sido mejor. Creo más bien que, si los padres son medianamente presentes y nutritivos, un niño no puede dejar de verlos como seres infalibles.

De niños necesitamos tanto a los padres, somos tan dependientes de ellos, que es imposible, si cumplen con su función, no idealizarlos. Una recopilación de historias verídicas escritas por ciudadanos norteamericanos a partir de la propuesta de Paul Auster da cuenta de esto: El libro: El libro se titula Cría que mi padre era Dios (Anagrama). Así como es inevitable esta idealización, también lo es que en algún momento el encantamiento se rompa, que veamos a los padres como son verdaderamente y nos decepcionemos. Esta decepción, aunque dolorosa, también es sana porque nos permite comenzar a darnos cuenta de que ellos, además de nuestros padres, son otras muchas cosas. Y son, sobre todo, personas y, como tales falibles y limitadas. He dicho que es inevitable decepcionarse de los padres. Me corrijo: Solo es inevitable si queremos vivir sanamente. A veces, el dolor, la perdida de la seguridad o un sentimiento de lealtad hacia nuestros padres generado por todo lo que nos han dado puede impedirnos abandonar la imagen de ellos como personas intachables. Cuando esto sucede, el resultado suele ser bastante perjudicial para el bienestar emocional: Si yo creo que mis padres lo sabían y podían todo, cada vez que me encuentre con una carencia en mi educación, un habito que no me sirve o un mandato nocivo, concluiré que mis padres pudieron haber hecho otra cosa y no la hicieron. Me diré:” No quisieron hacerlo mejor” o “No quisieron lo mejor para mí”. Y esto en ocasiones conduce a pensar: “Entonces es que no me querían lo suficiente”. Y esta conclusión, a su vez, es muy diferente a pensar:” Lo hicieron lo mejor que pudieron” o “Quisieron, lo intentaron pero con alguna cosas no pudieron”.
La pena que puede generarnos concebir a nuestros padres de este modo nos protege de un mal mucho mayor, que es el resentimiento hacia ellos. Se dice que no sirve de nada culpar a los padres; es cierto, pero esto no significa  que ignoremos sus limitaciones. Como hijos, nuestra tarea será identificarlas para poder decidir qué queremos hacer con ello. Para quienes se hayan convertido en padres, el desafío será sostener que sus hijos se decepcionen de ustedes. Deberán recordar que esto es lo mejor, pues hablará  de que hemos hecho un buen trabajo, de que, como dijo Oscar Wilde:  Los niños comienzan por amar a los padres; después los juzgan, y algunas veces hasta los perdonan”.
Bucay, D. 2011.Mente Sana; Entender a nuestros padres. 74 ed. Barcelona  




lunes, 19 de septiembre de 2011

Un cambio positivo en la conciencia

¿Qué pasa con el ego? ¿Por qué habría que desmontarlo? ¿Si no tengo ego, quién soy? Soy lo que pienso, mis ideales, mi imagen física. Soy la conciencia que observa a los pensamientos, al ego. Somos algo que está más allá de nuestra mente limitada. Somos el ser. La decisión de hacer que el momento presente sea tu amigo representa el final del ego, que nunca podrá estar en sintonía con el presente, es decir en sintonía con la vida. Observamos que casi todos nuestros pensamientos se refieren al pasado o al futuro, y nuestro “sentido del yo” depende del ayer, para nuestra identidad, y del mañana, para nuestra realización. Para el ego, el momento presente es, en el mejor de los casos, un medio para conseguir un fin, y casi siempre representa un obstáculo que nos impide llegar a conseguir lo que realmente queremos.
El nuevo mundo
Las cosas, los cuerpos y los egos, lo que nos sucede, lo que pensamos, sentimos, los deseos, las ambiciones, los miedos… Llegan a nuestras vidas fingiendo ser importantísimos y, antes de que nos demos cuenta, se han ido. ¿Fueron reales en algún momento? Como dice Tolle: “Nuestro propósito ahora es despertar del sueño. Cuando estas despierto dentro del sueño, el drama terrenal creado por el ego llega a su fin y surge un sueño más benigno y maravilloso. Esto es el nuevo mundo.”  

El espacio interior
No resistirse, no juzgar y desapegarse son los tres aspectos de la verdadera realidad, que dan paso al espacio interior. Cuando dejamos de estar completamente identificados con las formas, la conciencia (lo que somos) queda liberada de su aprisionamiento en la forma. Esta liberación es la aparición del  espacio interior. Llega como una quietud, una sutil paz en lo más profundo de ti, incluso ante algo aparentemente malo. De pronto, hay espacio alrededor del dolor. Y sobre todo hay espacio entre nuestros pensamientos. “Y de ese espacio emana una paz que no es de este mundo”, escribe Tolle, “porque este mundo es forma y la paz es espacio. Esta es la paz de Dios”. Cuando vemos y aceptamos la transitoriedad de todas las cosas y la inevitabilidad del cambio, podemos disfrutar de los placeres del mundo mientras duren, sin miedo a perderlos y sin angustia.
La realización espiritual
Cuando oímos hablar del espacio interior puede que empecemos a buscarlo, pero como lo estamos buscando como si fuera un objeto o una experiencia, no lo vamos a encontrar. Este es el problema de los que buscan la realización espiritual o la iluminación. Por eso Jesús dijo:”El reino de Dios no llegará con señales visibles, ni podrá decirse ‘helo aquí o allí’, porque está dentro de vosotros”. Puede que en tu vida ya esté surgiendo esporádicamente el espacio entre pensamientos y es posible que ni siquiera lo sepas. A veces ocurre que, cuando intentamos ser conscientes de nosotros mismos, nos convertimos en un objeto, en una forma de pensamiento. Y de lo que somos conscientes es de una forma de pensamiento, no de nosotros mismos. ¿Te parece un lío? Respondamos a tus dudas…  
¿Cómo sé que estoy en el espacio interior?
Si no te pasas toda la vida descontento, preocupado, ansioso, deprimido, desesperado, o consumido por otros estados negativos. Si eres capaz de disfrutar de cosas simples como escuchar el sonido de la lluvia o el viento. Si puedes estar a solas en ocasiones sin sentirte solo, ni necesitar el estimulo mental de una diversión. Si puedes tratar a un completo desconocido con amabilidad sincera sin desear nada de él.
Hay una sensación de bienestar, de paz, aunque pueda ser sutil, que puede ir desde una sensación de contento que apena se nota, hasta lo que los antiguos sabios de la India llamaban ananda, la felicidad del Ser.
¿Por qué son las cosas mínimas las que aportan mayor felicidad?
Porque la verdadera felicidad no está causada por el objeto o el suceso, aunque esto sea lo que parece a primera vista. La forma de las cosas pequeñas deja sitio para el espacio interior, y es de aquí de donde emana la verdadera felicidad del Ser.
¿Es importante la meditación?
Para ser consciente de las cosas pequeñas y silenciosas, tienes que estar callado por dentro. Se requiere un alto grado de alerta, de silencio interior, de meditación.
¿Hay alguna otra forma de encontrar el espacio interior?
Se consciente de que eres consciente. Di o piensa: “Soy”, sin añadir nada. Sé consciente de la quietud que sigue al “Soy”. Siente tu presencia, el ser desnudo, sin velos ni vestiduras. No abuses de la televisión. El alcohol o las drogas, ya que te llevan a la inconsciencia. Ríete; la risa es extraordinariamente liberadora y curativa.

  Adicciones compulsivas
Si tienes una pauta de conducta compulsiva como fumar, comer en exceso, beber, ver la televisión…, cuando notes que surge en ti la necesidad, párate y haz tres respiraciones conscientes. Después, durante unos minutos, sé consciente de la “urgencia compulsiva”. Haz unas respiraciones conscientes más; después puede desaparecer la compulsión.
Tu cuerpo es el ancla
Siempre que te sea posible utiliza la conciencia del cuerpo interior para crear espacio. Cuando estés esperando algo, escuchando a alguien o haciendo una parada en el día, siente al mismo tiempo la vida interior. Para ello recorre tu cuerpo mentalmente reconociendo las sensaciones físicas que percibes, sin juzgarlas o intentar cambiarlas. Siente la vida dentro de tu cuerpo como un hormigueo, una energía que fluye dentro de ti.
Deja que tu ego adelgace más y más
El ego está siempre en guardia contra cualquier cosa que perciba que puede disminuirlo. Cuando nos culpan o nos critican, necesitamos, como dice Echkart, “restaurar la forma mental del yo”. Y justificamos, defendemos o culpamos a los demás. Si el otro tiene o no razón, al ego le da igual con tal de auto-preservarse.

Práctica espiritual muy potente
Consiste en permitir la disminución de tu ego sin intentar restaurarlo. Por ejemplo, cuando alguien te critica, te culpa de algo o te insulta, en vez de contraatacar inmediatamente o defenderte, no hagas nada. Deja que la imagen del “Yo” se vea disminuida y ponte alerta a lo que ocurre muy dentro de ti. Durante unos segundos puede que te sientas incomodo, como si hubieras encogido. Después sentirás un espacio interior que está intensamente vivo. No has  quedado disminuido en absoluto, sino que en realidad te has expandido. Y te das cuenta que, al hacerte “menos”, te haces más. Cuando dejas de defenderte, te libras de la identificación con la imagen mental del “Yo” y dejas sitio para que surja el Ser.
A través de una forma aparentemente debilitada, puede brillar un autentico poder, que es lo que eres más allá de la apariencia. A esto se refería Jesús cuando decía: “Niégate a ti mismo” o “pon la otra mejilla”. Abstente de intentar reforzar el ego exhibiéndote, queriendo destacar, ser especial, causar impresión o exigir atención. Para ello, abstente de expresar tu opinión cuando el mundo expresa la suya y observa. ¿Qué sientes? Esto no significa que seamos victimas de gente inconsciente que nos maltrate, ya que también podemos decir “no” a alguien con firmeza y claridad, pero libres de toda negatividad. Dice Toller que si te conformas con no ser nadie en particular, con no destacar, sintonizas con el poder del universo. Y lo que al ego le parece debilidad, es en realidad la única fuerza verdadera. Esta verdad espiritual es diametralmente opuesta a los valores de nuestra cultura. En lugar de ser una montaña – enseña el antiguo Tao Te Ching- “sé el valle del universo”. De este modo se restaurará tu totalidad “y todo vendrá a ti”.





martes, 13 de septiembre de 2011

Porqué nos cuesta reconocer a los demás

El reconocimiento es poderoso: Energiza tanto al que lo expresa como al que lo recibe. Nos completa: Hay cosas que no sabemos de nosotros mismos, a menos que alguien nos lo diga. El reconocimiento nos equilibra, dado que estamos acostumbrados a centrarnos en lo malo, lo bueno lo damos por sentado. Un  buen reconocimiento es un gesto de gratitud muy valorado. Como dijo Gertrude Stein, a nadie le sirve de mucho la gratitud silenciosa. Sin embargo, no solemos reconocernos a nosotros mismos. Desde que empezamos a formar parte del sistema educativo, hay un énfasis mucho mayor en destacar los errores que los aciertos. ¿Será por eso que también nos cuesta reconocer a los demás?...
 Unos años atrás el editor jefe de la revista Fortune  se solazaba en decir que jamás había que reconocer a nadie. Cuando le preguntaron por qué no, contestó:” La gente que es buena sabe que es buena. No necesitan escucharlo”. Sin embargo, en el libro The Carrot Principle, los consultores Adrian Gostick y Chester Elton explican que la gente trabaja con mucho más entusiasmo si tienen un jefe apreciativo.
El estudio se realizó a una muestra de 200.000 ejecutivos durante un periodo de 10 años, y se encontró con que las empresas que fomentan la cultura del reconocimiento y el agradecimiento tienen ganancias muy superiores a las que no lo practican. Evidentemente, las personas sí necesitan escucharlo.
La gratitud, cuando es sincera y no un mero disfraz social, nos reporta muchas satisfacciones: mejora nuestras relaciones personales, nos ayuda a sentirnos conectados con todo lo que nos rodea y a ser más alegres y humildes. Como dice una cita del filósofo chino Lao Tse: “El agradecimiento es la memoria del corazón”. Más aún: los estudios psicológicos han demostrado que las personas agradecidas son menos egoístas, negativas y arrogantes, ya que son conscientes de que forman parte de un entramado social en el que todo el mundo pone su granito de arena. Por eso, quizá sea en el terreno laboral donde más beneficios cosechamos al ser agradecidos. Una persona que agradece sinceramente los esfuerzos y el trabajo de sus compañeros o subordinados hace que los demás se sientan valorados y quieran colaborar con ella, porque demuestra que sabe trabajar en equipo y que no se siente superior ni inferior a los que la rodean.  Entonces… ¿Por qué no reconocemos como corresponde a los demás?   
Porque no nos reconocemos a nosotros mismos. Una de las mayores necesidades del ser humano es la de autoreconocimiento, si no lo tenemos, se convierte en uno de los grandes obstáculos para sentirnos merecedores de alcanzar nuestras metas. Y, por supuesto, puede afectar el modo en que reconocemos a los demás. Por la creencia errónea de que, si reconocemos a las personas, van a vanagloriarse. “Si le digo todo lo bueno que es, me va a pedir un aumento de sueldo”.
Por no saber cómo hacerlo. A veces se piensa que es algo muy complicado o que puede llevar mucho tiempo, y entonces, bajo ese pretexto, no lo hacen. Sin embargo puede marcar una enorme  diferencia una breve nota manuscrita que simplemente diga: “Felicitaciones por tu desempeño en la reunión que mantuviste con el cliente”, o una llamada telefónica a una amiga para decirle: “Gracias por invitarnos a comer anoche, la comida fue exquisita y nos hiciste pasar un momento muy agradable”.
Por no darle la importancia que se merece, creer que no es algo muy necesario y que, de todas maneras, la otra persona ya lo sabe.
Claves del reconocimiento efectivo
Hay quienes, aún con buena intención, no logran que su reconocimiento sea efectivo. Un “gracias por todo” o “buen trabajo” puede no ser suficiente. Para que el reconocimiento tenga efecto, debe cumplir determinados requisitos:
Tiene que ser merecido, es decir, verdadero; ni inventado ni exagerado; ni para quedar bien, ni para manipular.   

  Tiene que ser inmediato, lo más cercano posible al hecho que lo motiva, y centrado en la acción, en lo que la persona hizo:”Este informe es una maravilla” en lugar de “Tu eres una maravilla”.
Individual. Aunque sea un trabajo en equipo, es importante hablarle a cada una de las personas, llamadas por su nombre.  

Específico, que describa qué es lo que motiva el reconocimiento; se debe señalar hechos, conductas o actividades puntuales.
Sostenido: No basta con hacerlo una vez al año, sino todas las veces que sean posibles.
Espontaneo: Expresar la admiración con la mayor naturalidad, sin miedo, sin vergüenza, con emoción. “Lo que hiciste significo mucho para mí”.

                   

jueves, 1 de septiembre de 2011

Preocúpate por despreocuparte

Quizá no te has dado cuenta pero gastas una gran cantidad de energía cuando te preocupas por algo. Una energía que necesitas para contrarrestar esa preocupación y ponerte en marcha.

Es una forma de quejarse
Todos nos preocupamos a veces. Algunos además se quejan, pero ambas cosas pueden llegar a ser una actitud enfermiza. Preocuparte es una forma de queja también, porque mientras te preocupas, estas diciéndole al mundo y a ti mismo que no puedes hacer nada, salvo sufrir tensión y nervios. Te lamentas, al fin y al cabo, de tu situación. Por lo tanto, la preocupación exagerada y reiterativa no es real, sino que es la forma equivocada que algunas personas tienen de ver su vida y el mundo debido a los pensamientos alarmistas. La exageración en las preocupaciones la ponen ellas como medio de autoprotección ante cualquier cosa que huela a peligro. Estas personas ni siquiera se plantean la posibilidad de luchar por algo que desean, pues su excesiva preocupación les crea un temor muy difícil de superar.
Lleva a cometer equivocaciones
María teme suspender el examen. Se ha estado preparando para ello durante meses. Ha estudiado muchísimo pero la noche antes no puede dormir porque le preocupa suspender. Se da cuenta de que tiene el 50 por ciento de posibilidades de aprobar, pero esto no le consuela porque la otra mitad hace que sea posible que suspenda. Indudablemente, María no está pensando bien. Está confusa y por eso se equivoca también al imaginar el resultado. No tiene la mitad de probabilidades de aprobar  sino casi el 90 por ciento, pues ha estudiado mucho, pero en estos momentos su preocupación hace que se olvide de lo que se ha ocupado de hacer por adelantado mientras se preparaba para su examen. El miedo que le causa la preocupación, provoca que su mente genere pensamientos negativos de fracaso.
Cuidado con los planes
Cuando planeamos algo, es lógico que nos pongamos a prever los obstáculos con los que podemos encontrarnos. Para ello usamos la imaginación y recreamos las distintas posibilidades que pueden darse. Pero lo difícil está en distinguir que solo estamos imaginando posibilidades, para no confundirlas con realidades. En la medida que te anticipes a los obstáculos que puedes encontrar en el camino, puedes imaginar los pasos necesarios para resolverlos y las herramientas que crees que vas a necesitar. Así consigues que tu esfuerzo sea completamente eficaz y realmente útil. Para lograrlo ten siempre en cuenta la diferencia que existe entre prever y preocuparse. Es importante que sepas  que no siempre sale todo como lo has planeado. Alejandro Magno decía que uno de los secretos de éxito en la batalla era, además de planearla con una buena estrategia, saber que debía cambiarla incluso en el último momento, si lo veía necesario. Recuerda siempre que los planes los haces tú.
                     

Párate y mira con distancia
Preocuparse ante una situación difícil es una respuesta que no sirve de mucho, salvo para empeorar las cosas. Provoca un estrés que te debilita y un desgaste de energía. Además, acaba con tu ánimo y tu autoestima, haciendo que te sientas incapaz de encontrar una solución. Cuando te preocupas, es porque piensas solo en el problema. Pero para solucionarlo, tienes que distanciarte de él. Pararte, respirar, mirar con distancia, y abstraerte del problema es la mejor manera de recuperar las fuerzas, para dar con la solución. “No  podemos solucionar los problemas con el mismo razonamiento que usamos al crearlos” (Albert Einstein). Sin embargo, ¿cómo dejar de preocuparse? , ocupándote de despreocuparte.
¡Ocúpate!
Ocuparse es, al contrario que preocuparse, un proceso que te llevará directamente a dar con la solución a tu problema. Para empezar, tendrás que admitir que el problema existe. Esto es algo que a veces también cuesta, pues parece que si lo admitimos es cuando lo creamos pero en realidad, es precisamente lo contrario. Admitir que el problema existe es el primer paso para hacerlo desaparecer. Después, sé consciente de que ocuparte de ello es un proceso constructivo en el que tú mismo empiezas a convertirte en parte de la solución. Esto ocurre  cuando dejas de pensar en el temor para ocuparte de buscar una solución práctica. Por eso frena tus pensamientos y tus miedos, tus dudas y esa comezón que te corroe, y empieza a moverte hacia la construcción de un puente que te sirva para cruzar al otro lado.
¡Muévete!  
Hay un cuento que ilustra muy bien de lo poco que sirve que te preocupes. Había una vez dos ranitas que cayeron en un recipiente con nata. Empezaron a nadar y a patalear pero esto hizo que se hundieran más, hasta quedar sin fuerzas. Desesperada, una de ellas dijo: ¡No puedo más! ¡Es imposible salir de aquí! ¡Nunca lo conseguiremos! La otra más optimista y con ganas de sobrevivir, le contestó: ¡No te rindas! Solo nada despacio. Pero su amiga se negó: ¿Por qué voy a esforzarme si igual voy a morir? Dejó de patalear y se hundió en el líquido espeso. La otra, más persistente y positiva, decidió luchar hasta el final, ocupándose en hacer lo que estuviera en su mano. Siguió chapoteando sobre la nata durante dos horas, hasta que de tanto patalear, convirtió la nata en mantequilla. Sorprendida dio un salto hasta el borde del recipiente y se marchó a casa. A veces cuesta ver la solución a los problemas, pero si te ocupas haciendo lo que está en tu mano, la situación mejorará y hallarás la forma de salir a flote, como lo hizo la ranitacon su actitud  positiva.

Hallar el camino
Para ocuparte en vez de  preocuparte, empieza a tomar medidas constructivas que hagan la diferencia entre el problema y la solución.
Estudia el terreno: Ante una preocupación. Lo primero es observar con calma para poder ver el problema como realmente es. Analiza la situación intentando no dejarte llevar de la preocupación en este primer paso.
Descarta lo negativo: Encontraras obstáculos. No tengas en cuenta estos aspectos negativos. Siempre hay un camino y una puerta que abrir.
¿Qué puedes hacer?: Escribe o piensa en aquello que está en tus manos hacer. Ten en cuenta todas tus ideas porque te servirán en algún momento.
Distingue lo que no puedes hacer: No siempre todo está en ti ni en tu camino. Habrá cosas que no podrás hacer y que quizá le correspondan a otros. Tenlas en cuenta para ser consciente de que no todo depende de ti.
Planea: Un camino comienza con un paso. Dedícate a hacer un plan de acción. Planea el orden en el que debes actuar y empieza a hacerlo.
Intuye: Ayúdate de tu guía  interna. La preocupación oculta tu voz intuitiva pero, si te relajas, verás que sigue ahí, guiándote.
¿Qué síntomas tienes?: Los síntomas físicos y emocionales son signos que te marcan el camino. Si te sientes feliz con lo que estás haciendo, es una señal de que el resultado será positivo.
Escucha a los que te quieren: Pueden ser un apoyo muy útil para solucionar los problemas.
Hazlo a tu manera: Tú decides cómo y cuándo actuar.
Ponte en marcha: Solo te queda empezar a caminar. Cuando des el primer paso, todo será más sencillo. ¡Preocúpate por despreocuparte!