Quizá no te has dado cuenta pero gastas una gran cantidad de energía cuando te preocupas por algo. Una energía que necesitas para contrarrestar esa preocupación y ponerte en marcha.
Es una forma de quejarse
Todos nos preocupamos a veces. Algunos además se quejan, pero ambas cosas pueden llegar a ser una actitud enfermiza. Preocuparte es una forma de queja también, porque mientras te preocupas, estas diciéndole al mundo y a ti mismo que no puedes hacer nada, salvo sufrir tensión y nervios. Te lamentas, al fin y al cabo, de tu situación. Por lo tanto, la preocupación exagerada y reiterativa no es real, sino que es la forma equivocada que algunas personas tienen de ver su vida y el mundo debido a los pensamientos alarmistas. La exageración en las preocupaciones la ponen ellas como medio de autoprotección ante cualquier cosa que huela a peligro. Estas personas ni siquiera se plantean la posibilidad de luchar por algo que desean, pues su excesiva preocupación les crea un temor muy difícil de superar.
Lleva a cometer equivocaciones
María teme suspender el examen. Se ha estado preparando para ello durante meses. Ha estudiado muchísimo pero la noche antes no puede dormir porque le preocupa suspender. Se da cuenta de que tiene el 50 por ciento de posibilidades de aprobar, pero esto no le consuela porque la otra mitad hace que sea posible que suspenda. Indudablemente, María no está pensando bien. Está confusa y por eso se equivoca también al imaginar el resultado. No tiene la mitad de probabilidades de aprobar sino casi el 90 por ciento, pues ha estudiado mucho, pero en estos momentos su preocupación hace que se olvide de lo que se ha ocupado de hacer por adelantado mientras se preparaba para su examen. El miedo que le causa la preocupación, provoca que su mente genere pensamientos negativos de fracaso.
Cuidado con los planes
Cuando planeamos algo, es lógico que nos pongamos a prever los obstáculos con los que podemos encontrarnos. Para ello usamos la imaginación y recreamos las distintas posibilidades que pueden darse. Pero lo difícil está en distinguir que solo estamos imaginando posibilidades, para no confundirlas con realidades. En la medida que te anticipes a los obstáculos que puedes encontrar en el camino, puedes imaginar los pasos necesarios para resolverlos y las herramientas que crees que vas a necesitar. Así consigues que tu esfuerzo sea completamente eficaz y realmente útil. Para lograrlo ten siempre en cuenta la diferencia que existe entre prever y preocuparse. Es importante que sepas que no siempre sale todo como lo has planeado. Alejandro Magno decía que uno de los secretos de éxito en la batalla era, además de planearla con una buena estrategia, saber que debía cambiarla incluso en el último momento, si lo veía necesario. Recuerda siempre que los planes los haces tú.
Párate y mira con distancia
Preocuparse ante una situación difícil es una respuesta que no sirve de mucho, salvo para empeorar las cosas. Provoca un estrés que te debilita y un desgaste de energía. Además, acaba con tu ánimo y tu autoestima, haciendo que te sientas incapaz de encontrar una solución. Cuando te preocupas, es porque piensas solo en el problema. Pero para solucionarlo, tienes que distanciarte de él. Pararte, respirar, mirar con distancia, y abstraerte del problema es la mejor manera de recuperar las fuerzas, para dar con la solución. “No podemos solucionar los problemas con el mismo razonamiento que usamos al crearlos” (Albert Einstein). Sin embargo, ¿cómo dejar de preocuparse? , ocupándote de despreocuparte.
¡Ocúpate!
Ocuparse es, al contrario que preocuparse, un proceso que te llevará directamente a dar con la solución a tu problema. Para empezar, tendrás que admitir que el problema existe. Esto es algo que a veces también cuesta, pues parece que si lo admitimos es cuando lo creamos pero en realidad, es precisamente lo contrario. Admitir que el problema existe es el primer paso para hacerlo desaparecer. Después, sé consciente de que ocuparte de ello es un proceso constructivo en el que tú mismo empiezas a convertirte en parte de la solución. Esto ocurre cuando dejas de pensar en el temor para ocuparte de buscar una solución práctica. Por eso frena tus pensamientos y tus miedos, tus dudas y esa comezón que te corroe, y empieza a moverte hacia la construcción de un puente que te sirva para cruzar al otro lado.
¡Muévete!
Hay un cuento que ilustra muy bien de lo poco que sirve que te preocupes. Había una vez dos ranitas que cayeron en un recipiente con nata. Empezaron a nadar y a patalear pero esto hizo que se hundieran más, hasta quedar sin fuerzas. Desesperada, una de ellas dijo: ¡No puedo más! ¡Es imposible salir de aquí! ¡Nunca lo conseguiremos! La otra más optimista y con ganas de sobrevivir, le contestó: ¡No te rindas! Solo nada despacio. Pero su amiga se negó: ¿Por qué voy a esforzarme si igual voy a morir? Dejó de patalear y se hundió en el líquido espeso. La otra, más persistente y positiva, decidió luchar hasta el final, ocupándose en hacer lo que estuviera en su mano. Siguió chapoteando sobre la nata durante dos horas, hasta que de tanto patalear, convirtió la nata en mantequilla. Sorprendida dio un salto hasta el borde del recipiente y se marchó a casa. A veces cuesta ver la solución a los problemas, pero si te ocupas haciendo lo que está en tu mano, la situación mejorará y hallarás la forma de salir a flote, como lo hizo la ranitacon su actitud positiva.
Hallar el camino
Para ocuparte en vez de preocuparte, empieza a tomar medidas constructivas que hagan la diferencia entre el problema y la solución.
Estudia el terreno: Ante una preocupación. Lo primero es observar con calma para poder ver el problema como realmente es. Analiza la situación intentando no dejarte llevar de la preocupación en este primer paso.
Descarta lo negativo: Encontraras obstáculos. No tengas en cuenta estos aspectos negativos. Siempre hay un camino y una puerta que abrir.
¿Qué puedes hacer?: Escribe o piensa en aquello que está en tus manos hacer. Ten en cuenta todas tus ideas porque te servirán en algún momento.
Distingue lo que no puedes hacer: No siempre todo está en ti ni en tu camino. Habrá cosas que no podrás hacer y que quizá le correspondan a otros. Tenlas en cuenta para ser consciente de que no todo depende de ti.
Planea: Un camino comienza con un paso. Dedícate a hacer un plan de acción. Planea el orden en el que debes actuar y empieza a hacerlo.
Intuye: Ayúdate de tu guía interna. La preocupación oculta tu voz intuitiva pero, si te relajas, verás que sigue ahí, guiándote.
¿Qué síntomas tienes?: Los síntomas físicos y emocionales son signos que te marcan el camino. Si te sientes feliz con lo que estás haciendo, es una señal de que el resultado será positivo.
Escucha a los que te quieren: Pueden ser un apoyo muy útil para solucionar los problemas.
Hazlo a tu manera: Tú decides cómo y cuándo actuar.
Ponte en marcha: Solo te queda empezar a caminar. Cuando des el primer paso, todo será más sencillo. ¡Preocúpate por despreocuparte!