"Yo no pretendo enseñarte lo que es el mundo me falta también, pero vale la pena disfrutar cada día con mas Flow. Di lo que sientas, has lo que piensas, da lo que tengas y no te arrepientas. Serás del tamaño de tus pensamientos, no te permitas fracasar y sino llega lo que esperabas no te conformes jamás te detengas... No te límites por lo que digan, sé lo que quieras, pero sé tu mismo, y ante todas las cosas nunca te olvides de Dios".

domingo, 30 de septiembre de 2012

Desmontar el mito del Amor Pasional



Apropósito del amor me viene a la memoria  el título de un libro de Cristina Peri Rossi que se llama El amor es una droga dura. Una forma de amor pasional que, de manera ingenua, se ha adjudicado  la representación de lo que se cree el amor verdadero. Todos los mensajes que recibimos no cesan de proclamar esta idea. Las letras de las canciones melosas, las preguntas a personajes famosos acerca de sus amoríos, de sus bodas, de sus expectativas, los motivos de su desilusión, de sus rupturas… Todos insisten en el ideal de la coincidencia total en la pareja para decir que se aman de verdad. La renuncia a nuestros intereses por amor es el rasero que mide incluso su veracidad en novelas románticas, prensa rosa, creencias populares… Sin embargo, si  sabemos de la caducidad de tan  altas expectativas, ¿Porqué se siguen sosteniendo esos ideales a pesar de que la realidad los desmiente? El amor pasional es la muestra más representativa del carácter alienante que tiene la pasión,  porque cuando nos atrapa, nuestra voluntad se anula, nuestra razón no funciona.
Podemos vivir un estado de máxima exaltación, de plenitud ideal mientras seamos correspondidos y nuestra relación viva en el limbo de las promesas cumplidas, pero tiene un enorme riesgo porque, por esa vía alienante de la pasión, que nos hace capaces de cualquier renuncia, de cualquier  sacrificio por el otro, se abre la puerta a la posibilidad del maltrato, del abuso, si el otro no nos corresponde y quiere sacar partido de nuestra vulnerabilidad. Los amores tormentosos son los que nuestra cultura admira y envidia por su intensidad, aunque esa intensidad se empareje habitualmente con el sufrimiento. La intensidad es el polo opuesto a la profundidad amorosa. Cualquier persona que esté atrapada sentimentalmente en los ideales del amor pasional está enamorada del amor ideal más que de quien lo acompaña. Un amor advertido, que podría ofrecer protección, cuidado, estabilidad, sería sentido como un triste sucedáneo del auténtico, como si se le ofreciera a un drogadicto algo demasiado descafeinado frente al goce nirvánico en el  que está atrapado. La manera de rescatarlo es ayudarle a dejar caer esos ideales, a aceptar recortes a las pretensiones demasiado absolutas de las expectativas que tiene.
El amor no se sostiene por sí mismo, no es autosuficiente para mantener viva una relación. La calidad de nuestra vida no se sustenta solo del apoyo que encontramos en el amor, sino de la tranquilidad que nos da tener un trabajo estable y una buena salud, los tres pilares que sostienen nuestra realidad. Cuando falla alguno de ellos, podemos caer en la tentación de negar nuestras dificultades y ser más vulnerables a alienarnos en el amor pasional, por la exaltación de potencia que nos procura cuando creemos en él y porque, entretanto, olvidamos lo que nos perturba. Cuando el trabajo escasea, por ejemplo, o la salud es mala, o la soledad se hace insoportable, la angustia aumentada por la precariedad   genera un caldo de cultivo que nos puede hundir en la depresión o nos puede hacer caer en la tentación de aferrarnos a un clavo ardiendo, como sería un amor pasional. Pero un amor nacido en esas condiciones se sujeta con alfileres porque le pedimos lo que no nos puede dar, que cambie nuestra insatisfacción y nos procure una felicidad que no puede sostenerse. Eso nos hace más frágiles emocionalmente y nos deja con menos recursos para afrontar las dificultades. Sin embargo, incluso si tenemos trabajo, gozamos de buena salud y mantenemos un buen amor, también se puede ser vulnerable a la llamada del amor pasional para suplir nuestra “incompletud” del ser, cuando se nos hace insoportable. Aceptar de buen agrado que nadie puede suplir nuestras carencias nos evitará dependencias nocivas.
Las relaciones pasionales siempre incluyen una dosis  más o menos importante de maltrato, y esto tiene cierta lógica interna, propia de este tipo de amor, porque de él se espera la satisfacción total de nuestras necesidades. Pero esta tarea es imposible de cumplir, lo que origina la frustración, que aumenta la agresividad, pues no se cumple el ideal. Una de las tareas más importantes en psicoterapia es , precisamente, ayudar a una persona a soportar la caída de sus ideales pasionales, pues, de lo contrario, estará expuesta a la esperanza de que otro amor que ella o el considere mejor le compense de lo que no tiene ahora, lo que les colocaría en una búsqueda sin final; que es diferente de hacer un cambio a una pareja más satisfactoria, siempre que ese cambio responda a expectativas que sean posibles de conseguir. Al amor sabio se llega después de haber atravesado las formas alienantes del amor romántico y pasional. No se puede optar por un amor sabio sin antes  transitar por los otros amores. A veces hay quien confunde la fobia al compromiso con el amor sabio. El amor sabio no implica desapego sino la aceptación emocional de que el amor no es todo, lo que permite estar en mejores condiciones  de aceptar una relación que nos procura una ilusión sostenible, serenidad, descanso, respeto por las diferencias y tolerancia ante las frustraciones inevitables en toda relación. Frustraciones porque el peso de nuestra historia y las marcas que deja en nosotros, siempre será individual, los tiempos de implicación nunca coincidirán con el de nuestro acompañante.
Una de las actitudes que crean más decepción y sufrimiento es la tendencia a leer los signos del amor en los demás según parámetros totalmente personales. Esto nos incapacita a la hora de interpretar las actitudes amorosas de las personas que se rigen por códigos distintos de los nuestros. Es muy frecuente que, tras una ruptura, cada persona se muestre decepcionada y exprese cuánto han querido a su pareja y muestre la convicción de haber sido mal pagada. Si hubieran sido capaces de entender que aquello que se considera amor es diferente en cada persona, tal vez habría menos desilusiones que desembocaran en parejas rotas. Esta condición, si bien es indispensable, no es suficiente. También es necesario elaborar el narcisismo de cada uno, saber salir del registro de la ofensa, no responder con una bofetada moral a un dolor que se nos ha infligido, evitar las respuestas espejo, como me has hecho esto, yo te pago con la misma moneda. Estas actitudes solo conducen al aumento de la incomprensión y al abismo que separa a ambos componentes de la pareja. El amor propio no debe confundirse con el respeto hacia uno mismo. El amor propio nos hace trampas si respondemos intentando restablecer una igualdad de trato que, a veces, nos aleja de lo que queremos realmente. Cuando una pareja se pelea, por ejemplo, se puede establecer una verdadera competencia para ver quién hiere más al otro, intentando restablecer erróneamente un amor  propio que el orgullo exige. Por esa vía, se puede sufrir mucho porque el verdadero respeto hacia uno mismo pasa por reconocer la necesidad que tenemos de los demás, y más si se trata de un vínculo íntimo. En la batalla entre el orgullo y la necesidad del amor del otro, nuestra salud depende de que sepamos reconocer que si nos ponemos del lado del orgullo narcisista, perdemos.
El buen amor, en cambio, nos hace dignos, nos protege a la hora de poner límites a quien nos daña y nos da la fuerza necesaria para acabar la relación y volver a intentar otra con quien lo  merezca, nos procura la distancia necesaria para sostenernos cuando estamos solos, nos hace disfrutar de las formas de amor que nos procuran las amistades, nos permite dejar un lugar para cada necesidad, no solamente la de pareja. La posibilidad de disfrutar del amor cuando estamos advertidos de las trampas del amor romántico empieza por la autoestima. Sin ese amor por nosotros que nos hace cuidarnos, no podemos ni respetar ni amar a otros, porque los agobiamos con el peso de nuestras expectativas. ¿Cómo podemos esperar que otro nos salve si no sabemos sostenernos? Aceptar una necesidad de amor sabio nos defiende de la alienación pasional que puede acabar en un “ni contigo ni sin mi”. Las decepciones amorosas pueden llevar al descrédito del amor, sumiéndonos en la amargura o la desesperanza si persistimos en lograr lo imposible. En cambio, al renunciar a lo imposible, nuestra fuerza interior es mayor y podemos aceptar parcialidades que multiplican nuestras fuentes de placer. Así, no solo disfrutaremos con nuestra pareja, también nos abriremos a las amistades, al buen trato social y laboral, a la cordialidad…., en fin distintas y sanas formas de interactuar y compartir que hacen que nuestro paso por la vida tenga un andar más cálido y confortable.